Antes vendía ruedas en culturas premesopotámicas. Hasta hace 30 años el bienestar organizacional era para muchas empresas una quimera, y una inversión en estos temas suponía renunciar a lo que se creía realmente importante.
«¿De qué forma invertir en temas como mejorar las relaciones o aumentar el sentimiento de pertenencia va a hacernos más productivos?» “Aquí se viene a trabajar”. “¡Eso son pájaros y flores!”.
Recuerdo la retahíla de datos y estudios que llevaba a las primeras reuniones para mostrar lo que yo veía tan evidente. Me faltaba empatía con los/as CEOs y responsables de recursos humanos sentados del otro lado de la mesa para entender que toda inversión de tiempo y dinero en la empresa debe estar avalada por un resultado observable, con impacto en la productividad y, a ser posible, en el corto plazo.
Hoy los datos y estudios son muchos más. La correlación entre la mejora relacional y la competitividad empresarial está probada y cada vez hay menos terraplanismo. El reto actual que tenemos los/as coaches y formadores/as ya no es defender el contenido, sino la forma. Nuestros métodos son los nuevos “pájaros y flores” que debemos explicar.
Hace solo un par de años quise salir corriendo de una empresa cuando llegué a la sala reservada para la primera sesión de un proceso de coaching de equipos. La organización previa fue cuidadosa y el tema de la metodología y la sala lo hablamos. Yo describí las necesidades: un espacio amplio, solo sillas, una mesa auxiliar… “Tranquila, tenemos la sala perfecta”- me dijo la secretaria de la directora. Lo que ni imagine es que la sala fuera ¡un teatro!, que efectivamente cumplía con lo estrictamente solicitado.
Me faltó pedagogía sobre cómo trabajaríamos y poner en valor esa arquitectura invisible que conforman el espacio, el ambiente y las dinámicas. Explicar, por ejemplo, que no trabajamos a bocajarro: “A ver, los de la tercera fila, ¿tenéis algún conflicto con alguna otra persona de las presentes?», sino que vamos dando pasos y ayudando a crear el clima en el que puedan mantenerse conversaciones de calidad en torno a temas complejos.
Los/as coaches y formadores/as nos aliamos con los elementos: el espacio físico, el ambiente que disponemos, las actividades que planteamos… Todos ellos hilos invisibles de una cruceta que sostiene diálogos abiertos en torno a los temas elegidos.
Crear metáforas, dibujar una misión o colocar figuras para explicar una realidad pueden parecer juegos de niños, y sí, tiene parte de juego, porque las personas se sorprenden, a veces se ríen, otras se frustran… movilizan emociones que llevan a reflexiones que favorecen que las personas conecten de manera profunda con esos temas importantes. Son posibilitadores que actúan como la temperatura y la luz ayudan a florecer los cerezos. El poder de hacerlo está solo en estos, pero necesitan señales que detonen el proceso.
Necesitamos pedagogía y también tiempo para poner en valor nuestras herramientas y transformar el imaginario de excursiones, pájaros y flores o juegos de niños en una caja de herramientas poderosas que favorecen la mejora de la competitividad de las empresas.