Aprendí a ponerme objetivos en la universidad: “Leerme hoy un capítulo de tal libro”, “estudiar esta semana los apuntes de tal asignatura”… Ponerme objetivos se convirtió primero en un hábito y después en una necesidad. No estudiaba ni trabajaba sin tener claros los objetivos. Los objetivos se transformaron en un marcador de la dirección y el ritmo. Un filtro presente y constante.

Con el tiempo perfeccioné el arte de identificar objetivos. Aprendí a describirlos según la regla S.M.A.R.T. (Específicos, Medibles, Alcanzables, Retadores, Temporalizados). Practicaba poniendo objetivos SMART en cualquier ámbito, ya fuera profesional o personal. Los objetivos tomaron el papel de una segunda conciencia motivadora que me impulsaba a alcanzar cada reto.

Hace unos años alcancé tal “maestría” que hasta una salida de ocio iba acompañada de sus objetivos.  Entonces los objetivos empezaron a ser una carga y el origen de muchas de mis culpas. Mis conversaciones interiores se llenaban de deberías y obligaciones tanto en lo profesional como en lo personal: “debo alcanzar tal índice de satisfacción de cliente”, “tengo que salir a correr” … Y como sucede a veces, no todas las variables para alcanzar esos objetivos estaban bajo mi control, así que para huir de la culpa empecé a hacerme trampas al solitario  modificando los objetivos a medio camino o deslegitimándolos cuando no los alcanzaba.

«¿Algo va mal?» – me dije. «Estoy priorizando mis actividades en función de estos objetivos pero con frecuencia no pasa nada si no los cumplo, o a veces cumpliéndolos no consigo resultados en línea con mi propósito…»

Entonces algo cobró sentido, al menos para mi. Las prioridades y las actividades realmente útiles no siempre eran las que conducen a alcanzar objetivos, sino las que se alineaban con la misión. Ese enunciado que describía mi para qué laboral y vital. ¿para qué hago lo que hago?, ¿cuál es mi propósito?, ¿qué legado quiero dejar?. La respuesta a estas preguntas me resultaba más clarificadora a la hora de priorizar quehaceres. Un  buen lugar de consulta.

Después de unos años sigo planificando a diario, pero desde aquella reflexión, cuando tengo dudas sobre llevar o no a cabo una actividad o sobré cuánto tiempo dedicarle a una tarea, me pregunto ¿se alinea esto con mi misión?

 

Lo que no me acerca, no tiene espacio en la agenda.