Tendría más de noventa años y era el abuelo del barrio. Tomaba un cortado cada mañana en el bar de la esquina y jugaba una partida de ajedrez con quien se pusiera delante. Siempre ganaba. Recuerdo sus conversaciones sobre aventuras rebeldes de juventud y su talante marcadamente progresista.
A menudo entre partida y partida leía el periódico. Un día reparé en qué diario leía y quedé muy sorprendida. Era un periódico muy conservador. Me senté a la mesa y le pregunté por ello. No olvidaré lo que me dijo: “No necesito otra opinión como la mía. Si realmente quieres aprender, escucha a la gente que no te guste”
Siempre me ha interesado las personas con opiniones diferentes a las mías, me provocan rechazo y curiosidad al mismo tiempo. Habitualmente gana la curiosidad.
Descubrir una opinión diferente es como un juego en el que toman valor como normas del juego, el respeto, la escucha y la empatía. Me pregunto a menudo en el diálogo ¿Desde qué lugar expresa esta persona su opinión? Es fascinante comprobar cómo un nuevo punto de vista amplía nuestro campo de visión. La realidad se vuelve no diferente, sino más clara. Una realidad nueva y ampliada.
Compruebo cada vez que, leo, veo o converso con la diferencia, que incorporo un nuevo aprendizaje.
Ahora entiendo bien aquel consejo de buscar y escuchar lo que no me guste, y siento que hay algo en mí de aquel abuelo del barrio. Murió ya hace años. Hoy le doy las gracias.