Mis hijos volvieron de un cumpleaños con un montón de globos de helio. En casa y como juguete, duraron lo que tardan las mentes infantiles en comprobar con ellos las leyes físicas básicas y algunas otras no tan básicas. Perdido el interés, los globos de helio quedaron huérfanos y suspendidos sobre nuestras cabezas con su cordel de colores colgado invitando a ser de nuevo acogidos y adoptados. Los primeros días fuimos conscientes de que estaban allí. Sus cordeles nos acariciaban con sutileza al pasar o un mínimo reflejo valía para acusar su presencia.
Nuestros nuevos compañeros de piso estaban presentes de una manera silenciosa y con un enigmático y leve baile apenas perceptible. Al cabo de unos días, los integramos en nuestra rutina y comenzaron a ser un condicionante silencioso de nuestros movimientos. Yo los sentía improductivos y molestos. Ahora acciones como caminar por el pasillo, cerrar una puerta o percibir la luz con la intensidad anterior me obligaban a algún movimiento adicional al habitual. Los globos de helio empezaban a cambiar nuestra forma de movernos por la casa. Yo no los invité y deseaba que desaparecieran de mi casa…
Hoy llego de una jornada de trabajo con un equipo excelente, enfocado a los objetivos, con clara organización y cuidada distribución de roles y trabajos entre sus integrantes. Sin embargo, algo pasa, están bloqueados y los resultados no acompañan. Con esta situación me llamaron y con este escenario estamos trabajando. Dando pasos para descubrir esos condicionantes silenciosos de su forma de actuar y relacionarse. En algún momento y por algún motivo, cada uno de esos condicionantes entró en la vida del equipo, de la misma manera llegaron a mi casa un día los globos de helio, sin ser invitados.
Trabajo con el equipo y poco a poco vamos reaprendiendo a mirar, a escuchar y a sentir para descubrir alguna de estas dinámicas que influyen y que hasta ahora no percibíamos. Al principio estas dinámicas se le parecen al equipo de una manera apenas perceptible. Tal vez a mi me sucede lo mismo, que ya casi no soy conscientes de que me sobrevuela un montón de globos de helio, y sólo de cuando en cuando, el reflejo de algún cordel como suspendido en el aire, llama a mis sentidos para percibir una realidad más completa.
Tengo presente en el trabajo que, a menudo, nuestro reto es traer a la consciencia esas dinámicas invisibles que influyen al equipo en sus actuaciones, como los globos de helio en mi casa influyen en mis movimientos. Mi trabajo es acompañar al equipo a encontrar los cordeles de los que tirar para hacerse a una consciencia nueva sobre sus dinámicas y relaciones.
Hoy en casa, al volver de esta sesión, he abierto los ojos de nuevo a estas formas brillantes que nos acompañan hace semanas, he tirado del cordel de todos, de uno en uno he mirado a su cabeza purpurea y decidido. A algunos los he despedido y a otros les he dado un lugar no sé si mejor, no sé si diferente, pero de cualquier forma, un lugar consciente, y por esto, me siento reconciliada con los globos de helio, ya no como invasores silenciosos sino como acompañantes necesarios.