En estos días de ritmos estivales con sus quehaceres y nohaceres particulares conecto entre paseo y paseo por la playa con proyectos laborales y temas pendientes. Intento dejar a un lado los pensamientos sobre el trabajo en la creencia de que el momento requiere de una atención plena para disfrutarlo. Sin embargo, se me hace difícil disociar el yo personal del yo profesional. Pretendo separar, pero estoy aún en proceso, no sé si de aprendizaje o de reflexión sobre si esto es posible o incluso si es conveniente.
Con esta cuestión en mente me llega como un regalo la metáfora que se me dibuja viendo bailar los gigantes de las fiestas del pueblo. Son en realidad figuras grandes. Varios metros de telas y cartón piedra los hacen bien visibles desde amplia distancia. Esta es su apariencia, de rey moro, de señora, de campesino… bailando por las calles al son de la música. Figuras que representan diferentes jerarquías, profesiones o arquetipos y que se nombran y describen por lo que se ve, que es mucho. Cuando la música cesa el gigante se aposenta y de entre los ropajes, zafado ya de la pesada estructura sale el porteador, sudoroso, agotado por el esfuerzo de darle vida a una figura que, sin él, sólo es una reproducción estática sin expresión. Allí queda el gigante mirando al infinito con su porte imponente y la vida en suspenso.
Comentó con otras personas este tema de separar las esferas de lo laboral y lo personal. Escucho aquello de “yo cuando salgo del trabajo me olvido” y me genera cierta incredulidad. Al trabajar me resulta difícil dejar a un lado mis pensamientos sobre aquella reparación domestica urgente, el familiar enfermo o las dudas sobre si cerré o no el coche. Son como ese proceso secundario que trabaja en el ordenador cumpliendo alguna función de protección del sistema en su conjunto. Me resulta difícil, como explicaba, dejar estos pensamientos y aún más difícil, casi imposible, dejar a un lado mis valores, historia y experiencias de vida. ¿Dónde termina la persona y empieza el/la profesional? ¿Existe ese lugar, como una consigna de estación, donde dejar las esencias para transitar en modo exclusivamente profesional hacia los objetivos? Y si fuéramos capaces de separar ambas esferas ¿sería conveniente y eficaz nuestro yo profesional? ¿Lo suficientemente humano para conectar con sus clientes e integrarse con sus compañeros o quizá como el gigante, una figura de expresión limitada…?
Necesitamos caminatas sin obligaciones, discusiones sobre futbol, sabores de helados imposibles… nutriendo de experiencias a nuestro yo profesional. Experiencias que nos conectan desde lo humano a donde las maquinas no llegan, a la conexión con el otro como esencia misma de la eficacia profesional.