Me impactó la escena de una película que vi hace unos años, La decisión de Sophie, una madre debe tomar la terrible decisión de a cuál de sus dos hijos salvar de una muerte segura “Puedes conservar a uno de tus hijos” –le ofrece a Sophie un oficial nazi. “No puedo elegir” –le responde ella sorprendida. “No me haga elegir, no puedo” –explica angustiada. La escena se resuelve de manera dramática. Cuando los oficiales toman a ambos niños para llevárselos. Sophie entrega a su hija menor a la que llevaba en brazos  a uno de los oficiales “¡Llévense a mi bebé! ¡Llévense a mi niña!” –grita desesperada.  La llevan de inmediato. Mientras se alejan la niña llora y mira con desesperación a su madre que la ha entregado.

“No puedo elegir”- dijo, pero sí podía.

¿Cuántas veces?  ¿Cuántas te sucede que no puedes elegir? Las opciones que se te presentan son igualmente atractivas o tal vez igualmente poco atractivas. En este punto en la mayoría de las ocasiones se termina tomando una decisión. Las personas intuitivas se dejarían llevar, las emocionales se guiarían por esa corazonada y las racionales por lo que dijera la lista de pros y contras. Sin embargo, algunas veces sentimos que no podemos decidir, que cada vez que estamos a punto de decantarnos por una opción algo nos hacen dudar de nuevo.

Es imposible no decidir
”No me haga elegir”- increpaba Sophie, como si la responsabilidad de lo que iba a suceder estuviera fuera de ella. Sin embargo, la responsabilidad sobre la decisión siempre está en primera persona, bien por  la libertad que cada persona tiene sobre la decisión en sí o bien por la actitud que toma ante esa decisión. Quizá por tratarse de la misma temática en torno a los campos de concentración, pienso en la relación de esta libertad de decisión con  los ejemplos de Viktor Frankl en su libro Un hombre en busca del sentido y con su conclusión sobre que el ser humano es quien decide qué ser, qué hacer y qué actitud tomar ante cualquier situación de la vida.

Es imposible no decidir, porque incluso cuando dudamos o postergamos la decisión, hemos tomado en realidad una decisión, que es la inacción, y por lo tanto, permanecer en la situación de partida.

“El caso es que no nos decidimos” – me decía mi amiga cada vez que quedábamos. Su decisión como pareja era si vivir en A o en B, y claro, había sólidos argumentos en favor de cualquiera de las dos opciones, la carrera profesional, la educación de los hijos, la casa o la familia eran algunos de ellos. Mientras deshojaban la margarita iban pasando los años viviendo uno de ellos en A y el otro en B. En una ocasión me atreví a decir: “Bueno, en realidad ya lo habéis decidido ¿no?. «En realidad habéis tomado la decisión de vivir separados”. No sé si nuestra amistad zozobró un tanto en aquel momento… “Miedo a la libertad” que diría Fromm.