¿Recuerdas quién fue el primer hombre en pisar la luna? Seguramente sí. ¿Y el segundo? Quizá también. Neil Amstrong y Edwin Aldrin pasaron a la historia por ser los primeros en pisar la luna. Con una excelente formación técnica, larga experiencia como pilotos y condecoradas trayectorias militares ambos eran los perfectos candidatos para poder llevar a cabo la misión de llegar a la luna. Así lo hicieron aquel 21 de julio de 1969 y por ello fueron en su momento aclamados y años después recordados. Probablemente queden para las historia sus nombres asociados a la épica del acontecimiento y al éxito de una nueva conquista, la del espacio.
Sin embargo, en aquel Apolo XI que hizo posible el sueño hubo un tercer astronauta, un hombre que viajó hasta la luna para quedarse a una escasa distancia de ésta. Se llamaba Michel Collins y mientras sus compañeros daban su paseo lunar, permaneció en el interior de la nave tripulando el módulo de mando. En el momento del alunizaje se encontraba en el lado oscuro de la luna sin señal ni contacto alguno con la tierra ni sus compañeros. Totalmente ajeno a lo que estaba sucediendo allí.
Michael Collins fue una figura clave en la misión, de hecho era el más cualificado para tripular la nave y para realizar posteriormente las precisas maniobras necesarias para acoplar el módulo lunar en el que habían alunizado horas antes Amstrong y Aldrin. Su excepcional cualificación fue decisiva a la hora de elegir quienes pisarían la luna o más bien, decidir quién sería el más capacitado para tripular en solitario. Lejos de lamentarse Michael Collins siempre se consideró una persona afortunada, una persona que tuvo la oportunidad frente a otros astronautas de participar en una misión de tal proporción.
Pero, esta gesta fue posible también gracias al abnegado trabajo de tantas personas que con su dedicación de años hicieron que el sueño se hiciera realidad. Miles de técnicos, mecánicos, ingenieros, médicos y pilotos dieron soporte a las sucesivas misiones que fueron acercando al ser humano al objetivo de pisar la luna.
La historia pondrá el foco en apenas un par de hombres que se llevaron la gloria de la conquista. Conquista que no hubieran podido llevar a cabo sin el trabajo de esos miles de otros hombres sin nombre.
Estos episodios nos muestran nuestra tendencia a focalizar la atención en las personas más significativas de cada sistema, sea éste una misión, un gobierno, una empresa… Aunque es cierto que puedan ser personas relevantes, carismáticas y referentes, éstas, por serlo ya llevan consigo las alabanzas, mientras que en la sombra permanecen otras figuras que hacen posible el éxito y a las que, sin embargo, no se dedica la atención ni los reconocimientos que muchas veces merecen.
En toda empresa hay personas que por su perfil, experiencia, actitud y resultados sobresalen de la mayoría y a las que valoramos y ponemos como ejemplo de competencia; son estrellas y tienen luz propia. Quizá por esto no sea necesario poner el foco de atención sobre ellas, sino sobre las personas que soportan el gran peso de los resultados, cualificadas y experimentadas también, tal vez como Michael Collins, incluso más, y que permanecen en una sombra que merece atención, felicitación y agradecimiento.
Recientemente escuché a Julen Lopetegi, entrenador de fútbol y ahora seleccionador nacional, una interesante reflexión sobre la importancia de reconocer y agradecer a los jugadores que no juegan el partido, porque siendo una parte esencial del equipo no recogen las alabanzas de los que sí saltan al terreno de juego.
Al fin y al cabo, resulta práctico reorientar la atención hacia ese grupo numeroso de personas que con su mucho quehacer desde la sombra movilizan los recursos y obtienen el núcleo fuerte de los resultados
Para abordar esta reorientación de la atención podemos comenzar valorando cuántas piezas esenciales de nuestro equipo quedan en la sombra mientras el foco alumbra a otros. ¿Quiénes son esa masa de trabajadores sin luz propia que contribuye con valía y constancia a alcanzar los objetivos?, ¿cómo podemos reconocer su valía?
Cada persona en la organización muestra de algún modo un titilante resplandor. Algunos con más intensidad, otros con menos. Como en una distribución estadística, en aquel proyecto Apolo con el que empezamos esta historia, hubo trabajadores mediocres con una tenue luz propia. Éstos algo aportaron. Los hubo con luz más intensa. De éstos, muchos, y como grupo, imprescindibles. Pero con una intensidad aun mayor, entre la gran nebulosa y las contadas estrellas quedaron solamente unos pocos, y tristemente en la memoria no por todo lo que aportaron, sino por lo que no alcanzaron, y como sucedió con Michael Collins, recordados como el hombre que no pisó la luna.