En navidad le regalé a mi madre una Flor de Pascua. La planta estaba preciosa con decenas de hojas de buen tamaño y un color rojo intenso. La colocó en un lugar central de la sala dándole todo el protagonismo que parecía merecer.
Cuando volví a ver la planta un mes después la planta estaba muy desmejorada. Había perdido la mayoría de sus hojas y algunos tallos parecían algo secos. ¿La estas regando bien? – le pregunté. Sí, claro que la riego, pero mira cómo está quedándose. No sé qué hacerle – me contestó con molestia. Le di unos consejos sobre cuánto y cómo debía regar, donde colocar la planta, etc.
Un mes después la planta apenas tenía media docena de hojas y cuatro palos por tallos sobre una tierra retraída en un tiesto diferente. Imaginé a mi madre regando rigurosamente la planta, probando diferentes lugares de la casa donde colocarla, trasplantándola para que tuviera más espacio y, en fin, prestándole todas las atenciones. Mi madre que me vio mirándola sentenció: Se va a morir, y yo que he tenido ya unas cuantas plantas supe que la planta no se iba a morir, y eso a pesar de que mi madre llevaba en realidad varios meses intentando matarla sin quererlo con sus excesivas atenciones y con la complicidad de mis consejos. Sabiéndolo le dije en un intento de salvar la planta: Si, la verdad es que eso parece. Ella misma fue la que sacó la planta al balcón con un suspiro como si fuera el último viaje al cementerio de las plantas.
Allí la dejó sin ninguna atención y allí seguía olvidada al mes siguiente cuando llegue de visita. Casi lo primero que hice al llegar a casa de mi madre fue ir a ver cómo estaba la planta. Había pensado bastantes veces en ella agradeciendo que hubiese quedado olvidada de su cuidadora y lejos de mí. ¡Qué alegría verla llena de hojas nuevas, verdes y sanas!
Estos últimos días he pensado muchas veces en esta historia. Una historia que conecta con dos ideas con una enorme fuerza en el trabajo de desarrollar equipos y personas:
La mayoría de nuestras acciones tendrán un efecto demorado
Los equipos y las personas cuentan con los recursos necesarios para desarrollarse
1. Demora
Quienes facilitamos querríamos muchas veces que se vieran los resultados de forma inmediata, un reconocimiento del trabajo bien hecho casi antes de salir por la puerta, cerrar la intervención con el equipo y las personas satisfechos y sintiendo un cambio ya evidente. Como en el final de “Mary Poppins”, en el que la institutriz viendo que en la familia se había recuperado el amor y la buena relación puede volar con libertad para ayudar a otra familia que la necesite.
Nuestro papel es el de facilitar un cambio que no veremos.
Actuamos para que sucedan los cambios sin la seguridad de que esto será así. Facilitamos procesos de cambio a menudo tan lentos que no será perceptible que se han dado o que sucederán cuando ya no tengamos contacto con el equipo.
2. Cuentan con lo necesario
Nos contrataron o designaron con un encargo de dar una solución, y aunque sepamos que los cambios serán hechos por el equipo, nos resulta difícil no responder a su continua demanda de consejo.
Es cuando hacemos nuestra la idea de no ser necesarios cuando el equipo y las personas se empoderan buscando la fuerza, recursos y actitudes que ya tenían para afrontar la situación.
La mejor intervención del facilitador sucede cuando asume que
el equipo tiene todas las respuestas.
Resulta paradójica esta situación puesto que, si ya tiene todas las respuestas ¿para qué nos necesita?. En realidad, sólo para hacer las preguntas. Preguntas que no contengan ya una respuesta sino sólo el germen que hará en el equipo surgir su respuesta.
A veces también para devolverles una imagen desde fuera con la distancia que desde dentro no se tiene. Una imagen en la que puedan ver su propia solución.
La Flor de Pascua sigue en casa de mi madre. Viviendo a su ritmo y al de la naturaleza de las estaciones. Rebrotando en primavera y floreciendo en invierno como toca. La planta vive, tal vez porque mi madre ya no es su cuidadora, sino su compañera.