El tercer día de travesía por la media montaña oscense nos encontramos con un numerosísimo rebaño de ovejas que se movía a buen ritmo y dirección guiada por dos perros y un pastor por amo. Viene cambio- nos advirtió el hombre señalando hacia arriba-. El sol aun alto de aquella tarde de verano mostraba un cielo totalmente limpio. Consultadas las predicciones que nos habían dado esa misma mañana en el refugio y la presión barométrica del gps pusimos en duda la certeza de aquella predicción y seguimos el camino. No tardó ni una hora en caer la tormenta.
El cerebro del pastor se basaba para su predicción en la gran recopilación de datos que había ido haciendo a lo largo de su vida en la montaña para deducir de forma automática los cambios del tiempo. El pastor intuía la tormenta y actuaba en consecuencia.
Históricamente la intuición se ha considerado una habilidad doméstica, circunscrita al ámbito de lo personal y desprestigiada por la ciencia y sus métodos. Sin embargo, durante las últimas tres décadas la psicología cognitiva ha construido un fundamento sobre el que es posible edificar nuevas explicaciones al por qué algunas de nuestras deducciones y predicciones más certeras nos surgen de manera automática.
La intuición no es un regalo de la magia, es en realidad un procesamiento de información inconsciente.
Existen dos modos de adquisición de la información. Por una parte, el modo analítico en el que procesamos la información a través de un análisis lógico-racional. Este modo puede considerarse deliberativo y requiere de tiempo y un esfuerzo consciente. Por otro lado, el modo heurístico, en el que el acercamiento a la realidad es de carácter intuitivo y actúa de manera inconsciente, rápida y automática.
Nos resulta fácil entender cómo funciona el modo analítico. ¿Quién no ha hecho listas de pros y contras, recopilado datos o contrastado opiniones antes de tomar una decisión? Este método tan racional ha sido, además, el único aceptado por la ciencia durante cientos de años. Sin embargo, el método intuitivo es algo más que una azarosa corazonada.
Si observamos el proceso de la intuición vemos claramente tres fases. En primer lugar, el cerebro recopila datos de la experiencia; seguidamente los procesa de forma inconsciente y automática, y en tercer lugar aparece repentinamente la conclusión de este procesamiento en nuestra consciencia.
La intuición es la capacidad de reconocer algunos patrones que permiten dar respuestas inmediatas a las situaciones complejas a las que nos enfrentamos.
El reconocimiento de estos patrones se realiza cuando nos hemos enfrentado muchas veces a situaciones similares, es decir, la intuición es el resultado de un aprendizaje lento a través de una larga experiencia y un procesamiento mental deductivo. Las respuestas intuitivas tienen una sólida base. La única “magia” está en que nuestras neuronas trabajaban solas y en secreto.
La intuición es esa primera respuesta que se nos viene a la cabeza cuando queremos tomar una decisión. Ocurre sólo unos segundos antes de que la máquina mental comience su proceso lógico habitual. Es más, diversos estudios demuestran que ante las decisiones importantes las personas buscamos los motivos e información necesaria que valide de manera lógico-racional la alternativa que, desde el inicio, ya habíamos tomado intuitivamente como más adecuada.
Los científicos están empezando a demostrar que en muchas circunstancias la intuición puede ser más efectiva que la razón. Cuando nos enfrentamos a múltiples alternativas, por ejemplo, es más efectivo el pensamiento intuitivo, ya que la mente humana no está preparada para asimilar mucha información. En estos casos el pensamiento intuitivo rastrea rápidamente nuestra experiencia, escoge la principal razón, toma una decisión inconsciente y nos impulsa a una acción.
El espacio cerebral que ocupa el pensamiento intuitivo es mucho mayor que el racional. De hecho, absorbe la mayoría de los recursos destinados y supone el 90% del pensamiento total. Es nuestro modo de pensar “por defecto”.
Pensamiento racional y pensamiento intuitivo son compatibles. Al igual que entrenamos durante años el pensamiento racional, lo podemos hacerlo con el intuitivo. Par ello debemos tomar cuenta de las señales intuitivas repentinas (imágenes, palabras, sensaciones, emociones) siendo conscientes e incluso apuntándolas sin ánimo de valorarlas.