Todos conocemos a alguna persona que consigue ser el centro de atención en la mayoría de eventos sociales, es más, si pudiéramos verla en su trabajo o incluso en una reunión familiar veríamos ese “algo especial” que hace que el resto le presten más atención.

La mayoría sentiremos envidia por el nosequé irreplicable que esa persona vuelca hacia todo y hacia todos. Podríamos llamarle “carisma”, a sabiendas de que es uno de esos extraños conceptos que sin saber definir bien todos entendemos de forma similar.

Si nuestra envidia por este extraño fenómeno es de tipo práctico, a buen seguro nos haremos esta pregunta ¿el carisma es algo innato o es producto del aprendizaje? Diversas investigaciones apuntan hacia lo segundo: No se trata de ser de tal o cual manera para provocar ese halo inspirador sino de actuar de una forma determinada.

Cuando pensamos en líderes históricos nos vienen a la memoria personajes bien distintos: Napoleón, Juan de Arco, Gandhi, Hitler, Mandela, la madre Teresa… Resulta difícil identificar unas cualidades comunes a todos ellos. Sin embargo, tienen algo en común: una visión y una capacidad de hacer que sus seguidores se identifiquen con esa visión.

Personas apasionadas que imprimen intensidad a sus acciones de una manera positiva y contagiosa.

Gandhi no movilizó a miles de personas proyectando la penosa visión de los pobres, descastados y desfavorecidos sino creando la ilusión de ser personas en igualdad de derechos y dignidad.

Los seres humanos nos movemos por ilusión. Un “estado emocional” que nos hace tener anhelos que se concretan en proyectos. Esta es la mejor baza del líder carismático: crear un proyecto ilusionante y hacer sentir a sus colaboradores parte él.